Desde los comienzos de la civilización han
existido formas sencillas de estadística, pues ya se utilizaban
representaciones gráficas y otros símbolos en pieles, rocas, palos de madera y
paredes de cuevas para contar el número de personas, animales o ciertas cosas.
Hacia el año 3000 a.C. los babilonios usaban ya pequeñas tablillas de
arcilla para recopilar datos en tablas sobre la producción agrícola y de los
géneros vendidos o cambiados mediante trueque.
Los libros bíblicos de Números y Crónicas incluyen, en
algunas partes, trabajos de estadística. El primero contiene dos censos de la
población de Israel y el segundo describe el bienestar material de las diversas
tribus judías. En China existían registros numéricos similares con anterioridad
al año 2000 a.C. Los griegos clásicos realizaban censos cuya información
se utilizaba hacia el 594 a.C. para cobrar impuestos.
El Imperio romano fue el primer gobierno que
recopiló una gran cantidad de datos sobre la población, superficie y renta de
todos los territorios bajo su control. Durante la edad media sólo se realizaron
algunos censos exhaustivos en Europa.
En el siglo XIX, con la generalización del
método científico para estudiar todos los fenómenos de las ciencias naturales y
sociales, los investigadores aceptaron la necesidad de reducir la información a
valores numéricos para evitar la ambigüedad de las descripciones verbales.
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